Se graduó como profesor de inglés, y hasta hizo traducciones, pero lo cierto es que el gran Juan Formell, nacido en la barriada habanera de Cayo Hueso,
vino a este mundo, sobre todo, para renovar la música popular cubana y
fundar, en diciembre de 1969, los Van Van, sin dudas la mejor agrupación
de su tipo en la historia de esta Isla, que es pura melodía.
Por eso duele tanto la repentina muerte de quien tuviera el mérito de haber sido considerado por las nuevas generaciones como Maestro de Juventudes,
máxima distinción que otorga la Asociación Hermanos Saíz, es decir, la
vanguardia de los escritores y artistas noveles del país.Adorado por los bailadores y respetado por conocedores y
especialistas, se convirtió en admirado instrumentista, compositor y
arreglista, gracias a la influencia de su padre, músico de oficio, amigo
de ilustres como Ernesto Lecuona y Bebo Valdés.
«Me fascinaba ver a mi papá sentado en el piano escribiendo música.
Era un copista excelente: copiaba la música de modo que parecía letra de
imprenta... Es decir, que la música me viene por dentro, por herencia,
aunque a lo que yo aspiraba era a tocar el bajo, instrumento que es como
la columna vertebral de una orquesta», le gustaba contar al autor de
temas que de tanto escucharse se han convertido en himnos para la gente
de esta tierra.
El ambiente musical que lo rodeaba en el afamado Callejón de Hamel,
donde dio sus primeros pasos, también resultó esencial para quien el
pasado año recibiera dos significativos premios que avalaban su notable
carrera artística: el Grammy a la Excelencia Musical (otorgado por
votación del Consejo Directivo de la Academia Latina de la Grabación a
artistas que han realizado «contribuciones creativas de excepcional
importancia artística en el campo de la grabación durante sus
carreras»); y el Womex al Artista 2013, que se confiere desde 1999 a
figuras relevantes de la música internacional, «como reconocimiento a la
excelencia musical, la importancia social, el éxito comercial, el
impacto político y la trayectoria».
«Siempre lo digo: fue una dicha desandar esas calles alrededor del
callejón de Hamel y del callejón de Espada. Ahí se reunían Ángel Díaz,
César Portillo... Verdad que en ese entonces era muy niño —tendría unos
diez años—, y todavía no participaba, pero no permanecía indiferente»,
recordaba con frecuencia.Eran, asimismo, los tiempos de la Aragón, de Arsenio Rodríguez, pero,
además, de Elvis Presley, los Beatles... Y Formell lo absorbió todo
como desesperada esponja, como mismo fue descubriendo el jazz, la música
brasilera, y se dedicó a estudiar los ritmos del Caribe: el reggae, el
merengue... Tomando de unos y de otros, ideó el songo, «una nueva música
bailable cubana, con el son como base, pero que en sí no es lo mismo».
No había dudas: como en su momento también lo lograron Chucho Valdés
con Irakere, o El Tosco (Jorge Luis Cortés), por solo mencionar dos
casos, este creador reconocido en 2008 con uno de los tres Premios
Mundiales Especiales que entregó el jurado de la World Entertaiment
Organization (WEO), rompió con los esquemas de la música que dominaba
hasta el momento.
Mas eso cristalizó después, cuando Van Van se convirtió en
indiscutible realidad. Antes fue necesario para Formell aprender, por
ejemplo, de Juanito Márquez, responsable de los arreglos a instituciones
como las orquestas Riverside y Hermanos Avilés; y formar parte de la
tropa que comandaba Elio Revé. Sin embargo, confesó, «en lugar de
adaptarme a aquel formato (la charanga), comencé a hacer los arreglos, a
componer, ¡y levantó la orquesta! Entonces me dije: ¡espérate, yo tengo
la “bola” para esto!».
Luego de esa experiencia, tremendamente enriquecedora, llegaron los
Van Van, cuando Cuba soñaba alcanzar una zafra de diez millones de
toneladas de azúcar. «En realidad, enfatizaba Formell, el nombre no
surgió en favor de la zafra, que se hallaba en su pleno apogeo. Pero
había una cantidad increíble de slogan en la televisión, la radio...
“¡De que van, van!”. “¡Oye, eso va y de que va, van van!”»...
«Ocurrió que a la hora de buscar cómo llamarle, los nombres que
proponían los músicos eran muy largos, y yo: “Caballeros, debe ser un
nombre más efectivo, que sea pam, pam, una cosa así...”. Y, entonces,
“bueno, ¿por qué no Van Van?».
De ese modo inició su camino exitoso una agrupación que también ha
sido escuela, y que tiene a su haber cinco discos de Platino (dos por el
álbum Ay, Dios, ampárame, y tres por Lo último en vivo), y uno de Oro
por la contundencia de 25 años de Juan Formell y los Van Van.
Como un cronista social ha sido calificado asimismo Juan Formell,
autor de hits que aún motivan a los más exigentes bailadores del
planeta, al estilo de El buey cansao, Anda, ven y muévete (versionado
por Rubén Blades), La foto en la prensa, La titimanía, El negro está
cocinando, La Habana no aguanta más... Pero a este hombre le interesaba
igualmente deslizar la crítica social, sin abandonar el fino humor
criollo, el doble sentido que le dejaron como legado maestros como
Matamoros, Piñeiro, Ñico Saquito y El Guayabero.
«A veces escribo textos que son críticos; otras, crónicas, pero
tienen un por qué. Eso sí, uso un lenguaje sencillo para que el bailador
pueda disfrutarlo. Me gusta estar en la calle, porque allí aparecen las
frases más ingeniosas. Y de una frase hago la historia y el montuno,
fundamental, pues es lo que repite la gente y provoca al bailador. Esa
es nuestra diferencia con la salsa de Nueva York o de Puerto Rico».
Fue ese inconfundible montuno del que hablaba el Premio Nacional de
la Música 2003, lo que movió a los miles de personas que se reunieron en
la Plaza de la Revolución para ser testigos del aún recordado evento
Paz sin Fronteras, que convocó a varias estrellas internacionales.
«Enseguida entendí que el papel de Van Van en ese momento era
trascendental. Sabía que debía atrapar de una forma o de otra a ese
millón de personas reunido en la Plaza. Y la mejor manera era poniéndole
"bomba", que es lo que te sale de bien adentro. Y vi a Olga Tañón y a
Miguel Bosé llorando. De repente, en los Van Van estaba toda Cuba».
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